Cooperativa escénica/procesos en curso: Diálogo con Marco Norzagaray (México)

Por Mina Bevacqua // Coordinadora del Área de Investigaciones en Artes Performáticas

De acuerdo con el informe de Amnistía Internacional, en México en el periodo 2017/2018, el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas indica que siguen sin esclarecerse “la suerte o el paradero de 34.656 personas (25.682 hombres y 8.974 mujeres)”. El informe señala que, en realidad, este número es más alto “porque la cifra oficial excluía los casos federales anteriores a 2014 y los casos clasificados como delitos de otro tipo, como secuestros o tráfico de personas”. En este contexto de violencia institucionalizada, el activismo artístico emergente resuena en la pregunta de Emilio Santiesteban (2008): “¿Qué lugar tiene un arte del cuerpo en un país de cuerpos desaparecidos?”.

Marco Norzagaray viene de ese México, del país del crimen organizado y la democracia desaparecida. Lo conocí en el seminario que Ileana Diéguez (Cuba) ofreció en 2015 en la primera Bienal de Performance en Buenos Aires (BP15). En aquellos intensos días en los que el duelo público mexicano se hacía presente mediante la reflexión en torno al cuerpo, la performatividad y la teatralidad,  la voz del performer se alzaba en medio de la clase para acompañar el relato que reconstruía el escenario necropolítico que atravesaba su país. El testimonio restituía acciones performáticas en las que él, con distintos colectivo artísticos, habían llevado acabo como estrategias de protesta y resistencia. Entre estas, depositar bosta de caballos en el espacio público el día de la asunción de Enrique Peña Nieto (2012), renombrar las calles con los nombres de personas desaparecidas y el proyecto “Prometeo Emergente”, una casa tomada en Tampico, la cual debieron abandonar por insinuación,  avisos y mensajes que les fueron dejando las fuerzas de seguridad.   

Actualmente, Marco Norzagaray reside en Buenos Aires. Desde una mirada retrospectiva, se puede considerar que en sus trabajos emerge la rabia y la denuncia; también el miedo y la soledad pero, por sobre todo, la memoria y el amor en medio del horror. Estación Naranjo es el proyecto que desarrolló este año en la Cooperativa Escénica que él mismo coordinó en el Área de Investigaciones en Artes Performáticas. Su escritura a la distancia evoca una lejanía para generar un espacio de encuentro de él con su familia pero, también, de nosotr*s con la nuestra. Entre el teatro documental y autobiográfico, sus recuerdos personales fundan la creación escénica, migran hacia un presente porteño en el que las historias se entrecruzan y nos interpelan ¿cómo despedirse de una casa, de esa que acuna el amor y el abrazo? “El ejercicio de la libertad”, balbuceó el performer en alguna reunión de la Cooperativa en la que tomé notas al vuelo porque todo el intercambio era muy bello como para dejarlo en la mesa de trabajo. Como última entrevista a les participantes de la Cooperativa Escénica antes de su presentación en el Centro Cultural Paco Urondo, dialogamos con Marco Norzagaray sobre sus trabajos, afectos y recorridos. 

Mina Bevacqua: Nunca te pregunté qué fue la que te motivó llegar a Buenos Aires allá por el 2015. 

Marco Norzagaray: Yo tenía una obra que se llamaba La mirada de Cobain y me había hecho familia de una pareja de argentinos con quienes viví y trabajé haciendo intervenciones públicas en lugares marcados por la violencia en México. Estaba un poco podrido del mundillo teatral mexicano, metí la obra a una maleta y me compré un boleto de avión sujeto espacio para venir a Buenos Aires. Ocho meses después aterricé en el Cono Sur, pero todo lo que teníamos pensado con mi familia argentina se había venido abajo. Me hice una especie de vacaciones pagas con trabajo, dando talleres y presentando la obra gracias a una red de amistades creativas: en Santiago de Chile con la gente del Santiago Off; en Córdoba con Tomás Alzogaray y su espacio “La Carpintería”; en San Francisco Córdoba con María Depetris y su espacio “Somos Viento”; en Montevideo con la gente del INAE y en Buenos Aires con la gente del FETI y el espacio “Archibrazo”. También tomé el taller con Ileana Diéguez, donde nos conocimos tú, yo y mi actual esposa. 

M.B.: Desde entonces, formaste una familia argen-mex y un modo de producción artística entre México y Argentina, ¿cómo te resulta trabajar de esta manera? 

M.N.: Ha sido complicado, en todo el mundo el teatro es muy endogámico e insertarse en los círculos laborares y reflexivos es, por decir lo menos, difícil; también cuesta mucho encontrar a la gente que hace el tipo de teatro que a ti te gusta, el que tú trabajas. Hasta ahora el dinero me ha venido de una beca mexicana (actualmente soy becario del FONCA) y hace dos años por Iberescena y, aunque uno no quiera, eso también complica el panorama. Lo que ha sido increíble es poder tener perspectiva de ambos países a partir de la distancia, nosotras estamos yendo y viniendo de México, unos meses allá y otros acá, eso te da perspectiva de muchas cosas. Este año el IAE ha sido vital para mis prácticas porque estar creando solo, puede enloquecerte. La soledad creativa sirve, pero hace daño si se prolonga al infinito.

M.B.: Particularmente, ¿en qué medida pensas que la Cooperativa Escénica te ayudó a concretar tu proyecto? 

M.N.: Sin la Cooperativa no hubiera llegado a estrenar, me dio estructura, me reconectó con la mirada ajena, me sacó el ermitaño. Además, fue importante para mí apostar a un espacio horizontal de acompañamiento creativo, la verdad, el proceso de la Cooperativa es muy esperanzador.

M.B.: Estación Naranjo es un viaje íntimo al corazón de una gran familia, ¿cómo se gestó el proyecto y qué te movilizó a escribir y montar una puesta de teatro documental?

M.N.: Cuando yo tenía 16 años quería ser escritor. Esta pieza de teatro documental, originalmente, iba a ser una novela, pero terminé haciendo escena. Desde entonces, sabía que quería hacer algo con la historia de mi familia, pero tuvieron que pasar casi 20 años para que supiera qué. La última función que di de La mirada de Cobain fue en la tierra de mi familia, al otro día con la resaca a cuestas empecé a preguntar sobre la historia de mis abuelos, de cuando vivieron en el rancho…cuando volaba de regreso a la Ciudad de México pensé: desaparición del tren de pasajeros, migración del pueblo a la ciudad, narcotráfico y problemática de violencia. Por primera vez necesitaba dinero para poder hacer un proyecto (siempre había podido autogestionarlos con otros trabajos) así que metí mi solicitud al FONCA y yo creo que mi hija trajo “torta bajo el brazo” como decimos en México porque me avisaron que me la había ganado un mes antes de que naciera Julia.

M.B.: El contexto político social mexicano ha intervenido en tus creaciones anteriores, en esta pieza, ¿cuál es el lugar que le das y cómo este acompañó el proceso de creación? 

M.N.: Hace unos meses Guillermo del Toro ganó el Oscar por La dama en el agua, en una entrevista le preguntaron, palabras más, palabras menos, que cómo había hecho para construir un mundo donde el horror y la belleza podían convivir tan orgánicamente. Del Toro contestó: “Porque soy mexicano”. Hicieron un montón de memes al respecto, pero Del Toro tiene un punto. Hasta el momento yo me había ocupado más de hacer visible el horror, me dolía el cuerpo y quería hacer intentos escénicos donde poder socializar ese dolor compartido que se ha enconado en todas y todos allá en México, en ese entonces, creo, que necesitaba gritar, llorar y abrazarme con quienes también se dolían, se duelen. Con el nacimiento de Julia me pasaron todos los clichés de papá que puedes leer en las revistas, así que sí, me cambió la mirada y empecé a conectar con la belleza. Pero, como dice del Toro, en México todo bello yin contiene su dosis de doloroso yang.

 

Estación Naranjo integrará el programa curatorial de 
Pensar la intimidad/Compartir el cuerpo, 
jornada performática a realizarse el 22 de noviembre de 18 a 21 Hs. 
en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de Mayo 217)