Los cuerpos lacerados de Nicolás en tono grotesco: a propósito de Carniceros de la lirica de Alberto Muñoz y la compañía teatral Periplo.

Por Jimena Cecilia Trombetta // Co-coordinadora del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas

Carniceros de la lírica, obra de Alfredo Muñoz, llevada a escena por la compañía teatral Periplo, dirigida por Diego Cazabat y elenco formado por Hugo De Bernardi, Andrea Ojeda y, el reciente integrante, Manuel Longueira, narra la historia de una pareja musical, Telch (Andrea Ojeda) y Albretch (Hugo De Bernardi), socixs de la carnicería que atienden solo a Don Hugo (Manuel Longueira). Este dúo de música que, con gestos y expresiones que lindan en lo grotesco, el absurdo y un tono humorístico que habilita el dolor, tratan de arribar a una canción que reformule la poética de su música para convertirse en éxito. Entre frases tangueras, y casi como una epifanía, surge la frase rítmica de la Virgen de la morcilla.

Muñoz, que se sumó a la compañía artística de siempre, nos comenta Cazabat (la actriz Andrea Ojeda, el actor Hugo De Bernardi y Julieta Fassone (en este caso como vestuarista), más el equipo técnico/artístico que cuenta con Hernán Bermúdez en la realización escenográfica, Nicolás Wío en el diseño sonoro y asistencia, Marcela Tellería en fotografía y nuestro asistente general Nicolás Strok), sumaba su texto, a los 25 años de trayectoria del equipo con el que debían esperar dos años más para estrenar la pieza a causa de la pandemia.

Fotografía cedida por Compañía Teatral Periplo Diego Cazabat, en una entrevista realizada para esta nota, comentaba sobre este texto que compone una conjunción de cuerpos diseccionados, lacerados, marginados que: “El texto propone una situación con una trama reconocible y concreta que se desborda de “lo cotidiano” enhebrando otros conflictos aparentemente inmateriales, pero que son los que atraviesan los cuerpos y sustentan los comportamientos en escena. Lo sugestivo es que, en un universo definido y organizado como es el de una carnicería, se abren y encuentran lugar preguntas existenciales o metafísicas que surgen alrededor de una mancha de sangre imposible de borrar, o frente a un enorme dolor que se ubica fuera del cuerpo y sobre la cabeza. La de Alberto Muñoz es una obra con una alta significación poética, disparadora de imágenes potentes, con una estructura “abierta” que golpea el inconsciente colectivo. Un texto que nos propuso una “lectura política” de lo “poético” y una intensa tarea creativa para que esta lectura no aparezca directa y de forma obvia en el montaje destruyendo la metáfora.” 

La metáfora y lo soterrado de esta obra se encuentran en diversos pasajes del texto, deslices ideológicos y estructuras escenográficas que hablan de la historia del país sin decirlo. Así reafirmaba esta idea Cazabat expresando que “En el caso de los personajes, estos no hablan directamente de nuestra historia. Más bien la encarnan en el sentido que son un producto de ella con sus contradicciones y conflictos en ese “mundo carnicero”. Entonces las preguntas metafísicas que se abren y que no encuentran respuestas directas, ni los llevan a acciones constructivas, hacen que aparezca lo irresuelto y tenebroso de esos dolores aún abiertos, muchas veces invisibilizados o también “innombrados” que nos atraviesan y están situados en nuestra memoria colectiva. Podemos ubicar a la Carnicería de “Carniceros de la lírica” como metáfora del País con parte de su historia y tensiones. También como espejo de un sistema que en su frenética búsqueda de lo que se define como “lo productivo” terminamos sometidxs, ahogando preguntas que no encuentran lugar. O el deseo que no se desarrolla porque hay que seguir con lo heredado y sus mandatos. Habla de la carne y del espíritu, de vidas que se esmeran en subir más allá de lo terrestre, pero que terminan hundiéndose en la obsesión por el otrx, de lo que no es el otrx, y de lo que quiere ser unx. Habla también, en última y primera instancia, de lxs que tienen y lxs que no tienen para comer, mientras la carne sigue subiendo el precio.” 

En ese escenario que Cazabat describe en la entrevista, repiquetea constantemente la mancha de sangre en la carnicería. Una mancha que no sale y que parece revelarnos esa opacidad a la que apunta el texto.  “La mancha de sangre resuena, sin duda, en esos problemas políticos que no cierran (…). Están lxs desaparecidxs, los cuerpos que el capitalismo considera de menor valor, las disidencias, lxs marginadxs. Seguramente, también resuena, en heridas abiertas aún más lejanas en el tiempo. Ahora lo que veo sumamente importante es que, tanto en la puesta como en el texto, a la mancha no se la define, no se la explica. Todo lo que se dice alrededor de la mancha es lo que “no es”. No se sabe ni como se originó, ni cuánto tiempo hace que está ahí, y lo peor: no hay manera de borrarla. Solo Don Hugo (el viejo anarquista) la ve como una “señal” pero sin entender “señal de qué cosa”. Entonces, todas estas preguntas que aparecen dentro de la obra alrededor de una mancha de sangre que no sale y cuyo origen “no son” ninguno de los posibles de “ser” dentro de una carnicería de barrio, genera en la percepción del espectador que, esa misma mancha, se convierta poco a poco en un cántaro vacío que inevitablemente comienza a llenar con estos sentidos colectivos de los que hablamos. Cuando eso sucede el espectáculo está realizando una clara acción sobre lxs espectadores.”  

Efectivamente la mancha de sangre, las porciones de carne que se cortan en escena, las reses colgando, la letra de la canción y un llamativo cuadro que remite a La lección de anatomía de Nicolás Tulp de Rembrandt, generan ese destello crítico sobre los cuerpos lacerados del país. En la versión del cuadro, que ofrece la escenografía, Cristo es un porcino con cuerpo humano. Y como es inevitable asociar su cuadro al registro fotográfico del Che muerto, una vez más la obra brinda un nuevo destello de información. Sobre este punto su escenógrafo Hernán Bermúdez decía: “La obra de Rembrandt, que plantea un espacio sacrificial detrás de un lugar de estudio, me resultó relevante y vino inmediatamente a mi cabeza cuando comenzamos a hablar con Diego Cazabat, y con la compañía, sobre el carácter de la obra de Alberto Muñoz.  La Lección de anatomía es una obra con una iluminación típica del barroco holandés, de forma abierta (donde predominan los pasajes entre un plano y otro) y con un planteo espacial muy teatral; el carácter coral de la pintura tiene relación con Carniceros, también desde la obvia referencia a la disección de un cuerpo, humano y vacuno, que sirve de alimento intelectual y digestivo para les coristas. Vinieron a mi cabeza de forma lateral las obras de los años setenta de Carlos Alonso (tituladas La lección de anatomía y Muerte del Che), que muestran al Che Guevara sobre la mesa donde fue depositado su cadáver, y teniendo alrededor a los militares asesinos en vez de los médicos, una sustitución de la fuerza sobre la mente, repitiendo el carácter de altar que plantea la obra original. El personaje Albrecht en la obra aparece en un momento caracterizado como un personaje de las obras de Alonso, con anteojos y campera negra, típico de los grupos de tareas de la dictadura. Como sujeto secundario sustituí (en el cuadro que aparece en la obra) a uno de los médicos por el empresario de la carne Alberto Samid, quien con sus polémicas aseveraciones suma al conflicto de la carne en la mesa argentina y al paradigma alimenticio argentino”.

En síntesis, esos pequeños y grandes datos que aportan desde el texto, los objetos, el vestuario, la puesta en general, habilitan las lecturas reflexivas sobre varios puntos de la historia Argentina, sin dejar de lado todo un perfil ideológico que ubica a los personajes entre aquellos que quedan alienados en el sistema y los que son capaces de ver. 

 

Fotografía cedida por Compañía Teatral Periplo