Por Nora Lía Sormani // Área de Títeres y Teatro para Niños
Nada más interesante que ser un espectador de la obra de Hugo Midón en estos tiempos. Por eso nos emocionamos hasta las lágrimas cuando asistimos, en el marco del X Festival Internacional de Artes Escénicas “Tutú Marambá”, en la ciudad de Posadas, a la puesta en escena de la obra La familia Fernandes.
Organizada por el Área de Infancia, coordinada por Gricelda Rinaldi, en conjunto con la Dirección de Teatro del Parque del Conocimiento y bajo la batuta de Lala Mendía, este nuevo y último estreno de La familia Fernandes -con “s”, como aclaraba Midón en los reportajes- tuvo lugar en julio de este año. Quienes vimos la obra en 1999, en Buenos Aires, no pudimos evitar la emoción producida por el impacto de sorprendernos por la excelencia de la puesta actual y, a la vez, rememorar aquella otra de otros tiempos. Un ejercicio espontáneo y único que solo el teatro puede generar: la música, los colores, los olores imaginados… La obra de Midón es un homenaje nada convencional a los integrantes de las familias y propone una mirada sutil e inteligente a las características de cada uno de los roles: mamá, papá, tres niños, y la tía Greta, que se instala todas las tardes a mirar televisión. Como dice la canción inaugural, recrea escenas de la vida familiar, pero con una peculiaridad: “aquí compartimos todo/lo que falta y lo que hay. /Si hay pollo comemos pollo/Y si no, migas de pan”. Una familia donde cada uno defiende sus pensamientos, una familia en la que cada uno se hace cargo de sus inquietudes. Como Vicki, que cree en la posibilidad de defender a su muñeca o Twiti, el niño de 10 años, que no se queda quieto física ni intelectualmente y por eso pregunta e investiga todo. Este artista-pensador tiene la capacidad de involucrar emocionalmente al espectador porque sabe instalarse en lo micro-social, la familia y trascender hacia lo macrosocial y perforar las capas más profundas del imaginario colectivo. Por eso involucra inmediatamente al espectador cuando habla de los insensibles y dice: “Insensible es el que come y no convida/Insensible es el que tiene y no da/ Insensible es el que pasa por la vida/Totalmente indiferente a los demás”. O en otros pasajes, que se remite metafóricamente a la importancia de trabajar para conseguir algo personal, como en la canción “Amasando pan”. O el reclamo a la madre, para que deje de decir “se me queman los zapallitos” cuando los niños le hacen preguntas difíciles.
Esta versión de Posadas está dirigida por Lala Mendía, una gran artista que trabajó codo a codo con Midón, que viene de las entrañas de sus creaciones, la música radiante y única de Carlos Gianni y un diseño escenográfico y un vestuario refinado a cargo de Florencia Piccilli. Es de destacar el juego con los colores de la ropa de los personajes, en pendant con la versión del 1999 y la propuesta del autor, pero que ahonda en los diseños más variados y en las texturas, brillos y caídas de las telas y confección de las pelucas. Pero sin duda alguna, el gran logro de esta obra es la incorporación de los niños actores en escena. Si bien es una pauta del mismo Midón que los actores de esta obra sean niños, en esta puesta de Misiones, la presencia de niños en escena se potencia porque se trata de alumnos formados y surgidos de un taller dictado previamente por los creadores. Son niños estudiantes de teatro de la zona de Posadas que, si bien no son profesionales, se comportan como tales. Niños que recién comienzan por su edad y que, sin embargo, pisan la escena con solvencia, mucha gracia y calidad artística. Es más, tienen un plus que no posee ningún actor profesional: espontaneidad, candidez, musicalidad en el tono de hablar y cantar, pasión, juego genuino. Esa emoción inigualable de estar por primera vez en escena se transmite fin filtros, empáticamente, a los pequeños espectadores. Alfonsina Storni decía que ella creaba obras de teatro para que los niños actuaran frente a otros niños porque esa era una experiencia única. Y tenía razón. La incorporación de los niños como actores de las obras de las que son espectadores es un aspecto fascinante. Midón y Mendía lo saben. El mismo autor, dijo acerca de los niños en un reportaje que le hicimos: “Tengo gran admiración por los chicos. Me cautivan su sencillez, su desenfado, su ingenua arbitrariedad, su potencia, su entrega y su mirada abierta a la realidad. Sé que de ellos puedo aprender mucho cada día. Me maravilla esa capacidad de síntesis que tienen y esa espontánea definición poética sobre las cosas y los hechos. Envidio la creatividad que poseen y la habilidad para transformar el mundo. La precariedad no los vence nunca y saben hacer mucho con poco. Aman la amistad y saben demostrar sus sentimientos y alcanzar los objetivos que se plantean. Tienen el corazón abierto y el espíritu sensible frente a lo desconocido”. Más tarde, Midón también trabajó con niños en la obra Derechos torcidos. Los actores de esta versión están organizados en dos elencos conformados por: Geremías Rubén Villalba y Pablo Martín Benitez (Papi); Estefanía Chiara Mazzanti Poterala y Magalí Pretto Kaczorowski (Mami); Ximena Valentina Mendoza y Candela Maylén Gonzalez Montero (Tía Greta); Joaquín Andrés Navarro y Sebastián Roy Ruiz (Twiti); Camila Luna Luján Ramirez y Virginia Anahí Alvez (Leti); Vera Vojvodic Ruzir y Sofía Belén Alegre (Vicki). El trío Midón -Gianni-Mendía sabe tocar fibras personales y colectivas que se activan mágicamente en el espectador. Maestros únicos que en cada nueva versión nos conmueven a niños y adultos, incluso a los que están sobre el escenario. Y en cada una de sus canciones hay una alusión a la importancia de la libertad, a la inclusión y a la defensa de las diferencias. Y por eso en su final aplaudimos de pie, con lágrimas en los ojos, cuando los personajes niños cantan a viva voz: “Vamos a ver si el camino se hace ancho/Para que todos podamos caminar”.