“El niño salvaje” por Carolina Notta

 

"El niño salvaje”, una lectura desde la animalidad

“El niño salvaje” no necesita presentación, irrumpe en el instante mismo en que el espectador se encuentra con el título. Nos presenta una imagen problemática: un niño y un salvaje, tal como aparece en el epígrafe de la novela “La república luminosa” de Barba, con el epígrafe de Gauguin: “Soy dos cosas que no pueden ser ridículas: un salvaje y un niño”. De esta manera, la obra nos habilita una posible lectura, aquella en la que el salvajismo se nos sugiere a partir de la animalidad en la infancia, es decir, los niños-animales o salvajes, constitutivos de una alteridad si pensamos el lugar desde el cual se narra la historia. Desde el comienzo, la animalización y el salvajismo exponen la atrocidad de esta infancia, la infancia otra, que conmueve por su perpetua existencia pero que nadie ve. Se trata de los niños que no tienen un lugar fijo asignado y atraviesan diferentes espacios, nunca la casa familiar. 

La obra, dirigida por Desiderio Ángel Penza, con la dramaturgia de Céline Delbecq, narra la historia de un hombre cualquiera que encuentra a un niño salvaje en la plaza de la ciudad, como se describe en la sinopsis. Entonces, con la magnífica interpretación de Mariano Rubiolo, se invocan dos personajes: un hombre y una niña. Ella, como personaje narrado, se vuelve presente, al punto de que el espectador parece verla en escena interpelada por los textos y la acción del actor. La niña, presentada como animal o salvaje, se nos muestra ante los ojos como si fuera la primera vez que vemos un niño, la niña se nos vuelve algo extraño. Asimismo, animalizada, se la coloca en el lugar de no-persona, lo que nos lleva a preguntarnos ¿qué lugares ocupan estos niños?, abriendo la posibilidad a una lectura desde la biopolítica, cuestionando los espacios que se le asignan a estas infancias. 

La niña, de la que al comienzo sólo suponemos que ha sido abandonada, plantea la problemática del abandono de los niños que nunca han sido el centro de su propia historia, que no tienen voz, sino que son hablados por un sinfín de personas. Se nos presenta, así, como “niño sacer”, que, en términos de Eduardo Bustelo desde una mirada biopolítica, define como  “[aquellos niños] a quien se asesina o apenas sobrevive en la vida desnuda. Así es la nuda vida, la vida "desnuda", a la que cualquiera puede anular impunemente, es decir que los responsables ni siquiera pueden ser condenados de acuerdo con los rituales establecidos.”. La vida de la niña se presenta ante el hombre desde su realidad más cruda, cuestionando las acciones de todos los personajes a los que se enfrentan. Sólo un hombre cualquiera puede encontrarla en la plaza de una ciudad y, aún más, puede mirarla. 

Si leemos el subtítulo de la obra, dice: "somo tu amor podría salvarlo", lo cual se nos presenta no sólo como una reflexión acerca de la infancia, sino una invitación a preguntarse ¿cuál es el lugar de esa infancia salvaje? Una propuesta, más que a cambiar el foco desde donde se observa, a enfocar, a mirar lo que ya está allí.  

La obra se trata de un personaje que narra un hecho pasado y reflexiona con el público acerca de ese hecho. El protagonista, en una plaza donde hay una feria, cuando ésta se levanta, encuentra un niño, que cuando se sienta a su lado, se da cuenta de que es una niña. Una niña que, al comienzo, no tiene origen y nadie parece percatarse de su existencia. La primera imagen que se da de la niña es como un animal, además del aspecto físico, no tiene lengua. En este momento, la niña tiene la mirada vacía. Es la primera vez que el protagonista, sin tener hijos, piensa en ellos. Llama a la policía y éstos no le dan ninguna solución, más que llevar a la niña al hospital. El protagonista pide una sola cosa: que la nombren Alice. Esa es la primera noche que, a pesar de vivir solo, se siente solo en su casa. La niña pasa a ser considerada un papel, una descripción de su propio estado en la justicia. Nadie se pregunta por la “niña-ser humano”. El protagonista en su casa mira el noticiero: nadie habla del tema. 

El protagonista va a ver a Alice al hospital y le niegan los partes médicos por no ser familiar. Nadie la reclama. Un día que va al hospital, ve a la niña y ella lo mira. Lo que cambia es la mirada. Luego, la asistente social se la da a él como familia de guarda y se la lleva a su casa. Allí se enfrenta al hecho de que la niña no sabe sentarse en la mesa, come en el piso, con la mano. Otra vez se presenta la imagen del niño-animal. Descubre que Alice tiene epilepsia por un ataque que tiene el primer día que está en la casa. 

Un día llega la policía a su casa y le informan que el papá de Alice existe y que está preso por haber matado a su mujer. Le informan, también, que Alice no se llama así, sino que su nombre es Kim y dice el protagonista: como los perros, que reconocen solamente la última sílaba de su nombre. Alice, en realidad, tiene nombre como un perro. También le dicen que ya no puede tenerla en su casa, que la llevarán a un hospicio y que luego decidirán si se queda con su padre biológico o con el protagonista. Se cuestiona el hecho de que tenga o no prioridad aquel padre que no se ha preocupado por su hija. 

Lleva a la niña al hospicio y el protagonista realiza una descripción del lugar con “olor a niño no querido”. Se asombra y se indigna de que los otros niños que le hablan, en vez de hablar cosas de niños, tengan en su vocabulario las palabras “juez”, “policía”, “hospicio” y el personal asignado para su crianza. El protagonista logra que la dejen ir a su casa los fines de semana. Uno de esos fines de semana, la niña se enoja porque tiene que regresar al hospicio. No se mueve. Dice su primera palabra. Tiene un ataque de epilepsia. El protagonista la calma y la sube al auto. La niña no se queja. La niña pierde toda resistencia y el protagonista lo remarca. La lleva al hospicio y le cuestionan que llegó tarde. A la mañana siguiente lo llaman para informarle que Kim murió. La noche anterior, tuvo un ataque de epilepsia en su cama, se enganchó la cabeza en los barrotes de la cama y así falleció. No lo dejan verla. 

La obra concluye con una reflexión del protagonista, dirigido completamente al público, en presente, acerca de que los noticieros nunca trataron el tema de la niña encontrada en la plaza, porque es un hecho que ocurre todos los días, y eso no sale en el noticiero. Cuestiona el niño como papel ante la justicia, en consonancia con la frase que constituye la dedicatoria de la obra: “A todas aquellas y todos aquellos que no han estado en el centro de su historia”. 

El protagonista, un señor que tiene amigos, que vive solo en su casa, no tiene hijos. El único que ve lo que el resto de las personas descartan. 

La niña, personaje textual, recuperada en el discurso y en las acciones del protagonista. Niño/niña. Niña/animal. Sin mirada, sin LENGUA. Personaje mutable: con mirada, con lengua, aunque oculta. 

El lenguaje teatral es narrativo: un personaje narra y toda la obra es discurso. Hay un presente en el que el protagonista explica al público, se dirige a éste para contar una historia.  El hecho está extrañado por la narración del protagonista. La niña, personaje textual, se vuelve presente al punto de que el espectador parece estar viéndola. Hay un minucioso trabajo en la recuperación de las acciones de la niña en la actuación. La escenografía es casi nula, sólo está compuesta por una mesa que adquiere diversos usos. La iluminación acompaña la narración de la historia. Hay una pantalla en el fondo, a un costado, que presenta con títulos los hechos que el protagonista va narrando y se coloca una imagen/ilustración que condensa un aspecto del hecho que se narra en cada momento. 

El protagonista extraña el hecho, apelando a que el espectador constantemente se posicione en su lugar para verlo desde su postura. Muestra el hecho como increíble y cuestiona el lugar de los medios que no muestran lo que, para él, es digno de ser mostrado. 

El vestuario es muy simple. Pantalón, camisa y zapatos. Un atuendo que remite a un oficinista o algo parecido.

 

Carolina Notta