“La insolación. Siempre hay más de lxs que somos" por Marianela Alegre

Seis cuerpos hablantes-danzantes creando la amenaza de lo que vigila y no se nombra, de lo que se guarda, se encierra y se oculta. De lo que a fuerza de intentar contenerse escapa de formas insospechadas. Seis cuerpos en busca del espectador para una creación conjunta.

“La insolación. Siempre hay más de lxs que somos”: Una construcción colectiva ampliando las fronteras de la dramaturgia.

Patricia Alvarez, Claudia “Negra” Correa, Gabriel Paredes, Fabiana Sinchi, Pablo Tibalt y María Laura Varela paren función a función los personajes que encarnan bajo la dirección de Ricardo Rojas y Marisa Hernández.  El montaje de la escenografía está a cargo de Ricardo Rojas y Pablo Cruz que además lleva adelante las tareas de asistencia de dirección y de fotografía. En el diseño de luces, Ricardo Rojas y Ariel Theuler. Ignacio Estigarribia en vestuario y Mariana Gerosa en maquillaje. Sonido y música de Martín Musacchio e Ivonne Van Cleef. 

El acecho de lo no presente tomando forma, resonando como un eco que ensordece en una geografía litoraleña trágica.  Un adentro asfixiante y un afuera alucinado, contienen las actuaciones de cuerpos que viborean: se retuercen se atraen se rechazan se entrelazan se funden se confunden se pervierten en escena. Sobre ellos, ante ellos, detrás de ellos, bajo ellos, un monolito construido con muebles antiguos. La columna de muebles (única escenografía) aparece y desaparece por efecto de la iluminación pasando de dar la impresión de un todo que aplasta a una presencia sanguínea e irreal. Funcionando como disparador de ideas y emociones, convirtiéndose en otro cuerpo vivo, un cuerpo-símbolo lanzado hacia el espectador remitiendo a lo pasado, a la infancia, al orden, a lo que vigila, a quemarse, a ahogarse, a ser acechado. 

La insolación propone un viaje a través de los cuerpos de les intérpretes, de escena en escena. Propone ir encontrando las piezas de un rompecabezas de manera desordenada para poder llegar en el final, a tener una historia cuyas claves están en los dos parlamentos y en las escenas potentes donde la abulia, lo perverso, la ternura, el miedo, el evadirse, llaman, como la poesía o la música, a los espectadores (receptores) a ser parte de la construcción de una poética y de un argumento. 

Luces, maquillaje, vestuario, sonido, no escapan a lo dicho, funcionando como estímulos-preguntas integrados (abrazados) a las escenas. Si pensamos el teatro como una construcción colectiva, La insolación lleva esa construcción hasta sus fronteras, alarga los brazos hacia la mente y el corazón del espectador para jalarlo dentro de ese margen fronterizo y lo coloca en la posición de participar desde la butaca en un hacer. Dubatti diría que La insolación teatra, porque trama un tejido desde el escenario hacia la platea y viceversa donde el espectador es parte de activa en la creación de la obra. Si en el convivio se comparte el pan, lo comparten espectadores y actores, y técnicos, en La insolación el pan se amasa, lo amasan actores y espectadores y técnicos.  

Habrá quienes necesiten que le cuenten una historia de principio a fin, necesiten un cuento hecho de certezas; a esos espectadores La insolación los invita a volverse dramaturgos por un día.  

Marianela Alegre