Clara Oyuela, cantante lírica argentino-chilena: una necesaria puesta en valor

Por Silvina Luz Mansilla // Coordinadora del Área de Investigación en Artes Musicales 

Un aporte a la historia de las mujeres en la cultura, y a la historia de la interpretación musical en Latinoamérica. 
Díaz-Inostroza, Patricia. Clara Oyuela y el arte de cantar. Santiago de Chile: Memoriarte, 2017, 259 p.

Fruto de tres años de búsquedas, lecturas, entrevistas y análisis, este libro constituye el resultado de un trabajo que contó con la financiación del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile, a través de su Fondo de la Música. Una investigación sobre una cantante lírica, financiado con fondos públicos. Primera característica digna de resaltar, puesto que marca una opción a favor de quebrar la lógica viciosa de la invisibilización, que acompaña todavía a una buena parte del aporte a la cultura realizado por numerosas mujeres del arte en Latinoamérica. Un intento claro de crear círculos virtuosos, en los que luego de la puesta en valor, se sucedan otros estudios conexos, ampliatorios, se recuperen otras voces, se las ponga en diálogo.

Patricia Díaz-Inostroza tiene una experiencia importante en el campo de la interpretación musical, la gestión cultural y la musicología. Su recorrido abarca desde estudios de guitarra clásica en la Escuela Moderna de Música, de musicología en la Universidad de Chile, de Educación Musical, periodismo y gestión cultural. Sus estudios de posgrado, que alcanzaron el grado de Máster en la Universidad de Barcelona, culminan en un Doctorado en Estudios Americanos, con mención en Pensamiento y Cultura, que completó en la Universidad de Santiago de Chile. Ha gestionado la cultura en Chile tanto en el ámbito privado como en el público, desempeñándose en importantes posiciones. Ha escrito y publicado varios libros, referidos a distintos aspectos de la historia de la música popular en Chile, los cantares de resistencia, la Nueva Canción, la política cultural.

El libro que se comenta refiere a una cantante lírica argentina, formada en Buenos Aires, donde inició una trayectoria ascendente en el mundo de la ópera y la canción de cámara durante las décadas de 1930 y 1940. Clara Oyuela Supervielle es la figura retratada. La autora la presenta con gran respeto, sin desdeñar aspectos personales, biográficos, y dedicándose a vez, a la trayectoria artística y las facetas relevantes de su rol de pedagoga del canto, durante su paso por el mundo musical chileno de la segunda mitad del siglo XX que tanto le debe.

El libro está dividido en siete capítulos de lectura atrapante, por lo ameno de las descripciones, por los distintos hilos conductores que la autora entreteje entre uno y otro segmento. A la vez, uno va encontrando pensamientos, ideas y reflexiones que, a manera de licencias poéticas, obran como digresiones filosóficas que permiten calar hondo en la parte humana, vívida, del tema principal. Los dos apellidos mencionados traen a colación a familias ilustres de la cultura local, influida como sabemos por la cuantiosa inmigración europea. En el capítulo inicial, se nos  introduce en el conocimiento de los Oyuela y los Supervielle y así se ofrece una perspectiva directa de la sociedad en la cual la cantante creció y se formó, como mujer de alcurnia y también como artista.

La vida de la pequeña Clara, nacida en 1907 cuando se avizoraba el momento culminante de los Centenarios Patrios de Argentina, puede intuirse a través del recorrido de las páginas, como una vida plácida, dedicada al aprendizaje de idiomas, cultura y sobre todo, de la música. Su casa y su universo cotidiano estuvieron ligados desde el inicio a ese mundo de la música donde lo culto y lo popular convivían con una fluidez mayor a la que a veces sospechamos; ese mundo de los teatros, las divas del canto, las visitas de intelectuales y artistas. El valioso fondo documental familiar que Díaz-Inostroza ha tenido a su alcance en Santiago provee fotografías que nos permiten trasladarnos a esas vivencias: Clara en distintos momentos de su vida; Enrico Caruso, Ninon Vallin, Editha Fleischer, Carlos Guastavino, están presentes en esas memorias visuales dando cuenta con sus dedicatorias, de distintos momentos importantes en la trayectoria de la artista. 

Estudios de guitarra con Domingo Prat, de violín con Andrés Gaos y de piano con Edmundo Pallemaerts, la conectan tempranamente con tres maestros inmigrantes destacados en sus respectivas especialidades. Ella no sabía todavía, sin embargo, que su destino sería el canto lírico. Para esa elección hubieron de pasar varios años y tuvo que tomar coraje ante su padre, al explicarle su decisión de que esas clases de canto con la relevante artista francesa Ninon Vallin no constituían otro aspecto más en su recorrido formativo en lo musical, sino su vocación definitiva. Así, luego de una permanencia de tres años en la capital francesa (ya no familiar como era lo habitual, sino sola), regresará al país para ingresar al elenco del Teatro Colón, y desde allí desarrollará una carrera de solista y asumirá distintos roles, cada vez más importantes, en óperas representadas en dicho teatro.

En el capítulo cuarto, la autora nos relata toda la actividad artística de Clara en su etapa argentina, hasta su partida a Chile. Sin abundar en detalles apuntemos que Editha Fleischer, maestra procedente de Alemania enseguida ligada a la Escuela de Ópera del Teatro Colón, y Jane Bathori, otra célebre cantante francesa que se radicó entre nosotros, serán a comienzos de los años 40 las otras dos maestras que moldearán la formación vocal de Oyuela. Jacqueline Ibels, pianista francesa también con residencia en Buenos Aires, la acompañará en numerosas ocasiones, haciendo de la música vocal de cámara de compositores franceses una de sus especialidades. Irá también asumiendo roles cada vez más comprometidos en distintas óperas, con una actividad profesional y sólida.

Los capítulos cinco, seis y siete están destinados a la incansable labor como cantante y como pedagoga del canto que Oyuela desarrolló en Chile, primero en el ámbito universitario y luego en el Teatro Municipal de Santiago. Su actividad alcanzó a los aspectos escénicos y de dirección musical, amén de la preparación vocal y la enseñanza de los roles. No sin algunas dificultades propias de los distintos vaivenes por los que atravesaba entonces la sociedad chilena, producto de los cambios sociales de la segunda mitad del siglo XX, desde la muerte sorpresiva de su esposo en 1955 asume Oyuela su decisión de entregarse exclusivamente a la música. Y así lo hizo, trabajando hasta casi el último día de su vida, cuando tenía ya 94 años de edad, en 2001, y le sobrevino el accidente que la doblegó definitivamente. 

El libro se vuelve en estos capítulos, documentado y preciso; ofrece transcripciones de las crónicas publicadas en la prensa periódica y de algunas expresiones de autoridades del mundo musical chileno. También, analiza los aspectos técnicos del canto, que Clara finalmente dejaría explicados y sistematizados, a manera de un método, en su libro titulado Técnica y arte del canto. Ese libro, sumado a su ejemplo mismo, parecen conformar un verdadero modelo de ética en el modo de enfrentar el arte. Para inicios de la década de 1960, adoptada ya la nacionalidad chilena, la soprano llevaba una trayectoria importantísima, de más de una década, dedicada a la difusión de repertorio operístico y de cámara, en gran parte no escuchado con anterioridad en Chile. La concreción por ejemplo de un ciclo Debussy, en el que se interpretó la totalidad de su obra vocal con piano, o el estreno de El retablo de Maesse Pedro de Manuel de Falla, marcan hitos en su actuación personal, pero principalmente, señalan su notable capacidad para encarar y conducir proyectos grupales en los que involucraba a sus alumnos de canto y colegas ligados a las artes escénicas.

Su faceta de intérprete vocal en conciertos dedicados íntegramente a obras de Carlos Guastavino, acompañada siempre al piano por el mismo compositor santafesino merecen una mención especial. Este será un encuentro fructífero, que abarca una parte de la década de 1940 y que implica actuaciones en distintas ciudades de Argentina, Chile y Brasil, y conciertos compartidos en los cuales Guastavino alternará la ejecución de obras para piano solo con obras vocales con ella como protagonista. El estreno de la versión para una sola voz y piano de la canción Pueblito, mi pueblo será fruto de ese encuentro artístico feliz. También registrarán para RCA Víctor en su famoso Sello Rojo algunas canciones con poemas de Rafael Alberti, del gallego Lorenzo Varela y de la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou. Guastavino le dedicará –premonitoriamente– la partitura de "Hallazgo", en la primera edición de 1945 publicada por Ricordi Americana. Premonitoriamente, porque esa miniatura vocal de belleza increíble que es la canción "Hallazgo" (que abre el álbum de las Seis canciones de cuna), está basada, como las otras, en poemas de una mujer chilena que fue, ese mismo año de 1945, distinguida con el Premio Nobel de Literatura: Gabriela Mistral. 

Es de mencionar la relevancia que tiene para la musicología este aporte bibliográfico, si pensamos en la consecución de nuevas investigaciones y la producción de nuevos conocimientos. Existieron redes de artistas e intelectuales que se fueron entretejiendo sin tener en cuenta las fronteras territoriales ni las demarcaciones de lo propio y lo ajeno tan características de las actitudes de un nacionalismo cerrado y xenófobo. Hacen falta entonces, en la era de la información extendida que vivimos actualmente, trabajos que puedan reconstruir aquellas conexiones, que trasciendan los aprietos de algunas visiones demasiado acotadas, para ofrecer contribuciones más comprensivas que clarifiquen ciertos préstamos culturales, migraciones (tanto personales como de la música misma) y en algunos casos, procesos de transnacionalización. 

El libro reseñado fue presentado en el Salón Dorado del Teatro Colón el jueves 16 de noviembre de 2017, con auspicios de la Embajada de Chile en Buenos Aires y el Instituto de Artes del Espectáculo de la Universidad de Buenos Aires.