Por Jimena Cecilia Trombetta // Co-coordinadora del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas
«Mi querido amigo, le envío un pequeño trabajo del que podría decirse, sin ser injusto, que no tiene pies ni cabeza, ya que por el contrario todo en él es, alternativa y recíprocamente, pies y cabeza. Le suplico considere la admirable conveniencia que tal combinación nos ofrece a todos: a usted, a mí y al lector. Podemos interrumpir, yo mis cavilaciones, usted el texto, y el lector su lectura, ya que no pretendo mantener interminablemente la fatigosa voluntad de ninguno de ellos unida a una trama superflua. Retire uno de los anillos, y otras dos piezas de esta tortuosa fantasía volverán a encajar sin dificultad. Recorte varios fragmentos y advertirá que cada uno de ellos se sostiene por sí mismo. Me atrevo a dedicarle a usted la serpiente entera con la esperanza de que algunos de sus tramos le gusten y lo diviertan». (Charles Baudelaire, Spleen de París)
Mar del Plata en una práctica escenografía balnearia creada por Uriel Cistaro y plasmada en una muy extensa cortina plástica que sintetiza, el mar, la playa, la gente, la arena, la rambla. Es el lugar que elige la historia Lo cotidiano, escrita y dirigida por Valeria Di Toto. En el marco de la economía de recursos, que parecen dejar en claro la facilidad de transportar esta obra a cualquier sitio, Lo cotidiano se presenta en Ítaca Complejo Teatral todos los domingos a las 19 hs. Como compañera de la escenografía, una puesta de luces (Ricardo Sica) que simula lo natural, el aire libre, el sol; y como compañero del sol, el ruido del mar, toda una presencia en la decisión de la puesta de sonido de Joaquín Segade.
Esto ya se perfila al entrar a la sala, escena que se completa con la presencia de Verónica (Daniela Catz), sentada en una reposera color violeta y vestida en composé. Son los colores verde agua y nude los que acompañan el perfil de la protagonista. Una mujer de mediana edad, clásica, observa pasar la gente, expresa la necesidad de encarnar, al menos por un momento, cierto rol turístico que le es negado, dado que es oriunda de la ciudad con mar. En ese escenario llega quien parece ser un completo desconocido. Abre su reposera verde y se sitúa cercano a ella. Él, Tomás (Matías Marshall), un muchacho de no más de veinti tantos, también vestido para la ocasión, y casi haciendo juego con la protagonista, termina de componer la coloratura del diseño de vestuario de Uriel Cistaro, quien parece transmitir la idea de diferentes, contrarios pero combinados.
Verónica no pregunta mucho, observa. Los años, la rutina, el haber vivido toda su vida en esa ciudad y ver su turismo parece revelarle cada detalle de cada persona. Tomás, un joven estudiante que al parecer pasará un tiempo en Mar del Plata, aún sorprendido por lo que sucede alrededor, pregunta todo. En ese preguntar, en ese interactuar y compartir el tiempo, no sin algunas molestias de quien pretende observar tranquila, se gesta una curiosidad de base alrededor de la mirada del otro. Un otro que claramente no responde a una perspectiva amorosa que parta de una misma lógica de pensamiento, pero que no por eso se desliga de lo que sucede.
Verónica, como decíamos una mujer clásica, soltera, e independiente que se dedica a cuidar sus plantas y porta sobre sí misma una estructura sólida sobre el deber ser, no termina de explicarse cómo es que son las cosas. Tomás transita su cotidiano preguntándose sobre todo, y atento a las diversas sorpresas que caen sobre él. En definitiva “cuando llegue el momento, el amor y la muerte caerán sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un indicio de cuándo llegará ese momento. Sea cuando fuere, nos tomarán desprevenidos. En medio de nuestras preocupaciones cotidianas, el amor y la muerte surgirán ad nihilo, de la nada.” (Bauman, 2003)
En esa charla entre Verónica y Tomás, la diferencia de edad no parece ser un motivo suficiente, y es indispensable que dialoguen entre ellos para tratar de comprender lo incomprensible de un encuentro azaroso, en un espacio tiempo caprichoso, en el marco de un partido de tejo. Es urgente a lo largo de la obra alcanzar exitosamente qué sucede y cómo se produce el desenlace al menos como un consuelo que resucite “nuestra fe en la regularidad del mundo y la previsibilidad de los acontecimientos” (Bauman, 2003). Sin ninguna duda un indispensable “para nuestra salud y cordura.” (Bauman, 2003).
Bibliografía: Bauman, Zygmunt (2006) Amor Líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. FCE