Del otro lado

 

Por Jimena Cecilia Trombetta, co-coordinadora del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas

 

Del otro lado de Damián Kempel se presenta los domingos a las 19 hs en el Complejo Paseo La Plaza. El texto dramático de la obra traza una estructura que divide las escenas como núcleos separados para dejar a la vista los vínculos entre ambos mundos en sus últimos minutos. Desde un pensamiento transversal Kempel se encarga de mostrar las posturas de clase, empresarial y trabajadora, que matiza en cada personaje incorporando el discurso patriarcal y el feminista crítico, que muchxs aplauden con fervor en la platea.

Desde la dinámica de una comedia de enredos, que incluso toma algo de la comedia del arte, el criado (el mozo en este caso) es el que está enterado de todo y acciona el pasaje de un lado al otro mediante el dispositivo escenográfico: una plataforma giratoria que divide el salón de un bar, de la cocina.

Mientras se mantiene la brecha bien marcada y los discursos se desarrollan en el ámbito de lo cómico, podemos disfrutar de una historia de ¿amor?, sexo y poder seguramente, entre relaciones libres y nada abiertas. También presenciamos traiciones, infidelidades y la cultura popular que surge como código entre la Claudia y el Diego.

En ese escenario un empresario textil piensa en vender su fábrica por estar estresado y tener dinero suficiente para vivir el resto de su vida. Mientras tanto su amigo rico cuenta el trauma de no poder revivir la relación con su mujer, totalmente incapacitado para percatarse de su mentalidad patriarcal, y así lo demuestra en la acción final.          

En el medio círculo contrario, un bachero venido del interior dialoga con la cocinera sobre la separación de su novia por el hastío de la rutina, y menciona un nuevo vínculo tan líquido como el anterior. Cuentan ambos sobre las dificultades de salir adelante, y en especial la cocinera acerca información sobre sus acciones militantes en un comedor popular.

De este modo las diferencias ideológicas, el odio gestado  en el desprecio  al otro y la falta de reflexión aporta al desenlace trágico. Por todos estos motivos, nos parecía interesante extenderle algunas preguntas al autor, quien viene del mundo de la publicidad y efectivamente propone una autocrítica del sistema en su obra.   

   

¿Cuál fue el disparador para crear Del otro lado?

Escribí el guión de Del otro lado en el taller de dramaturgia de Javier Daulte. Javier nos instó a buscar una imagen que nos conmoviera para empezar. Y yo recordé una de mi juventud, estando en un boliche con un trago en la mano mientras un pibe de mi misma edad estaba recogiendo los vasos vacíos abandonados en los rincones para que no se rompieran. Yo disfrutando y él trabajando. Yo sin noción del tiempo y él cumpliendo un horario. Yo gastando plata y él ganandosela. Se me puso de manifiesto algo que pasa todo el tiempo y pocas veces reparamos.

 

La obra tiene una clara dinámica crítica a la estructura social en la que estamos inmersos. ¿Qué puntos críticas y cuáles son tus posturas, quien es tu alter ego entre los personajes?

Supongo que todos los personajes tienen algo de mí, no hay uno que me represente. La obra tiene bastante de autocrítica. Yo hace más de 30 años que trabajo en publicidad por lo que de alguna manera colaboro con el sistema capitalista que habitamos. Pero la crítica es con humor, sin bajar línea, intentando interpelar al espectador, que si pudo pagar la entrada ya sabemos de qué lado de la mecha está.

 

¿Qué función tiene el dispositivo escenográfico?

El dispositivo nació con la idea. Podría haberlo resuelto con luces, iluminando un lado y después el otro. Pero esto del escenario giratorio que nos lleva del restaurante a la cocina y de la cocina al restaurante es más conceptual y evidencia de manera más contundente la idea de Del otro lado.

Además le agrega un elemento lúdico, porque el teatro también es entretenimiento.

 

¿A quien representa el mozo en esta brecha?

El mozo con su gestualidad es como un observador de esta realidad. Funciona como un narrador anónimo de la historia. Y si bien es el nexo entre ambos mundos, claramente pertenece a una clase trabajadora que está más cerca de lo que pasa en la cocina.

 

La obra termina siendo una tragedia donde ningún discurso sobrevive, ¿por qué?

Hace metáfora con lo que acontece todos los días. Una sociedad egoísta donde nos cuesta mucho ver y escuchar al prójimo.

 

¿Qué importancia le das a esta obra en el contexto actual? ¿Y qué incidencia trae llevarla a escena en el Paseo La Plaza?

Si la gente sale del teatro un poco distinta a como entró, si la obra logra generarle algunos interrogantes o los hace reflexionar acerca de sus vidas y sus conductas, soy feliz. Pasar del teatro alternativo al Paseo La Plaza nos da la posibilidad de que más gente nos vea. Y eso es muy gratificante. Que el mensaje le llegue a cada vez más gente, que los interpele, los haga reír y los deje pensando.

 

¿Qué opiniones, supongo que variadas, recibiste por parte del público?

Recibimos hermosas devoluciones. Lo más sorprendente es la transversalidad que tiene la obra, le gusta tanto a los jóvenes como a los adultos. El gran desafío era el tono. Hablar de las diferencias sociales, la desigualdad, el machismo y la violencia, que son temas tan serios, en clave de humor era arriesgado. Pero la gente entiende y celebra la parodia.