Era un ratoncito... Canciones de compositores argentinos. Álbum digital de Cecilia Pastawski y Tomás Ballicora

Por Luisina García // Integrante del Área de Investigación en Artes Musicales  

Durante la pandemia, la producción discográfica surge en la virtualidad. Canciones infantiles argentinas visitadas por dos intérpretes comprometidos con el patrimonio cultural local. 

En agosto de 2020 fue publicado en distintas plataformas digitales un álbum de canciones infantiles compuestas por músicos argentinos: “Era un ratoncito…”, con la interpretación de la mezzosoprano Cecilia Pastawski y el pianista Tomás Ballicora. Se trata de un conjunto de veintidós canciones de ocho reconocidos compositores de nuestro país: Alberto Williams, Julián Aguirre, Cayetano Troiani, Carlos López Buchardo, Felipe Boero, Floro Ugarte, Enrique M. Casella y Alberto Ginastera. 

 

Casi a la manera de una antología, el álbum propone, con la selección de estas obras compuestas en su mayoría en la primera mitad del siglo XX, una nueva escucha, reciente y fresca, de canciones quizás oídas por primera vez para muchos oyentes. Los diferentes recorridos que tuvo cada una de estas canciones, desde su estreno o publicación hasta la actualidad, estuvieron marcados por diversos agentes, en muchos casos, externos a la obra musical, como pueden ser medios de difusión, políticas culturales, programaciones de conciertos e interpretaciones a cargo de músicos famosos. Así, algunas de estas obras pueden resultar más conocidas que otras y, por el contrario, algunas pueden ser recibidas con la escucha atenta de lo desconocido. 

Encabezan el álbum las siete canciones infantiles escritas por Carlos López Buchardo (1881-1948) cuyos datos de estreno/publicación remontan a 1937-38. Algunas de estas piezas recrean un universo infantil que reflexiona y describe a la naturaleza (Este pajarito, La casita del hornero, El canario, El arco iris). Otras, utilizan la temática de la escuela (El jardín de mi escuela, Mi señorita), espacio importante de aprendizaje y sociabilización en la infancia, donde, desde luego, muchas de estas canciones eran entonadas. 

A estas obras de López Buchardo les siguen las de Cayetano Troiani (1873-1942), cuyas cinco canciones incluidas en el álbum forman parte de su colección “Canciones infantiles”, de 1928. El espacio de la niñez que estas canciones de Troiani sugieren (a diferencia de las cinco de López Buchardo) se comprende de elementos más idiosincráticos, con referencias al universo rural (el “paisanito” con su “cabrita”, en La cabrita blanca), a las marchas patrióticas (Los soldaditos y su aire de marcha con referencias al batallón y a los instrumentos de las bandas marciales), a la historia de América y sus pueblos originarios (El indiecito) y a los bailes populares (el aire de zamba, en La provincianita). La canción Leyenda rompe con la línea autóctona y se traslada a un “país lejano” donde el arquetipo del cuento de hadas y hechiceras a la manera de Charles Perrault, tiene lugar de preferencia.

De Julián Aguirre (1868-1924), se ofrecen cuatro canciones infantiles publicadas por primera vez en 1923: Don gato, Arre caballito, Era un ratoncito… (título que además da nombre al álbum discográfico) y Duérmete niño. Las tres primeras podrían sumarse a la línea descrita en las mencionadas canciones de López Buchardo (con el universo infantil relacionado a la naturaleza). Sin embargo, en estas canciones de Aguirre, los animales no están solo como parte de un escenario natural, sino que se encuentran personificados a tal punto, que, su Don gato, por ejemplo, usaba “bordados en las medias y zapatitos dorados”. Duérmete niño se asemeja a una canción de cuna y esto la emparenta con las tres canciones que le siguen en el álbum: Arrorró, de Alberto Williams (1862-1952), Canción de cuna, de Enrique M. Casella (1891-1948) y En la cuna blanca, de Alberto Ginastera (1916-1983). Destaca la obra de Casella por contar con la participación del tenor Santiago Burgi, en una canción cuya letra corresponde al folclorista Rafael Jijena Sánchez y nos remite, en un tempo lento, casi a modo de ensueño, a los pueblos originarios americanos (como en el caso de El indiecito de Cayetano Troiani), con su referencia a la guagüita, al Tata Inti y a la Mama Quilla.

Dos canciones de Felipe Boero (1884-1958) se incluyen llegando al final de este álbum: Bichitos de luz y La calesita. Originalmente publicadas en “Canciones infantiles II”, estas obras quedan en la voz de Pastawski como claros ejemplos de lo lúdico y alegre que puede ser el repertorio infantil. Una nueva mención a lo autóctono aparece en la canción Caballito criollo de Floro Ugarte (1884-1975), que cierra este álbum de una manera festiva, reivindicando en su texto de Belisario Roldán rasgos de la gesta patriótica sudamericana,  para que no queden dudas de las geografías en donde se inscriben estas músicas.

Resulta una práctica bastante frecuente, en los compositores relevantes de música académica, completar pentagramas pensando en la infancia; en la propia o en la de quienes están siendo niños al momento de sus actividades compositivas. De allí, las músicas pueden ser desde piezas breves y sencillas (al contemplar la posibilidad de ser puestas en acción por pequeños intérpretes), hasta evocaciones y recuerdos de momentos infantiles de cada autor, donde el lenguaje musical demuestra la riqueza y la complejidad de sus formaciones académicas. Por eso, no sorprende que sean Pastawski y Ballicora, dos músicos con una excelencia interpretativa y una sensibilidad musical dignas de ser escuchadas y compartidas, quienes pongan cuerpo a estas piezas, sabiendo traer al oyente actual sonoridades de un pasado que representaba a la niñez con juegos, risas, cuentos y canciones.