Festival El Porvenir – Octava edición: acercarse al futuro

Por Ricardo Dubatti // Integrante del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas

En el panorama teatral independiente uno de los rasgos más peculiares del período actual es la heterogeneidad. Nos encontramos ante un campo teatral porteño con numerosas propuestas de toda índole. Desde grandes referentes en plena actividad a una gran cantidad de teatristas “nuevos” que están produciendo poéticas de iniciación (una primera obra), poéticas de afirmación (ya han realizado dos o más, buscando una voz particular) o poéticas de consolidación (es decir, ya poseen un cierto “renombre” dentro del campo teatral independiente). Dentro de este panorama, el Festival El Porvenir es sin lugar a duda uno de los referentes ineludibles a la hora de ver “qué se viene”. Se trata de un festival de dirección sub-30 que recientemente ha concluido nada menos que su octava edición promocionando a jóvenes artistas. Desde su primer edición ya han pasado por las tablas del festival más de 80 directores, entre los que podemos mencionar a Nacho Bartolone, Eugenia Pérez Tomas, Sol Rodríguez Seoane, Cristian Cutró, Nacho Ciatti, Sofía Wilhelmi, Camila Fabbri, Tatiana Santana, Gael Policano Rossi, Marcos Perearnau, Paula Baró, Mariano Tenconi Blanco, Bárbara Molinari, María Laura Santos, Fiorella de Giácomi, Miguel Israelevich, Lucía Panno, Alfredo Staffolani, Ramiro Guggiari, Pablo Quiroga, Lucas Lagré, Patricio Ruiz Louback, Juan Pablo Galimberti, Mariano Kevorkian, Juan Isola, Celina Rozenwurcel, por solo tomar algunos de los más destacados. 

El Porvenir surge en 2009 a partir de la idea de Paula Baró y la producción del colectivo Efímero. Sus objetivos eran generar espacios de encuentro entre artistas jóvenes, mostrar su labor a diversos públicos, visibilizar los circuitos escénicos jóvenes y fortalecer vínculos con las provincias y con América Latina. Como ya es costumbre desde la edición 2014, el encuentro se realiza en el Club Cultural Matienzo (Pringles 1249), espacio que se suma a la producción. Para la edición de 2016 la temática futbolística, con la que el festival dialoga desde su mismísimo nombre, se profundiza. El arte aparece como un modo de vínculo y de recreación popular, pero no por ello menos importante. Como observa el equipo del festival en el manifiesto El teatro es un campo de batalla: “Creemos que la batalla es cultural y que el valor simbólico de nuestra tarea transforma la materialidad de la vida”.

A través de su ya clásico formato de 12 directores divididos en cuatro “grupos” de tres, preparando un material de unos 20 a 30 minutos que se ven separados por breves intervalos para el armado y desarmado, El Porvenir construye un espacio para la mirada de propuestas realmente variadas. Esto no se debe únicamente a la heterogeneidad que atraviesa al teatro porteño actual, sino que se estimula a partir da la propia programación. A partir de un particular concepto de curaduría, en el cual cada director seleccionado saliente tiene como última actividad del festival la posibilidad de extender la invitación a algún colega que no haya participado hasta el momento, se impulsa a la variedad, ya que no aparece un criterio de programación centralizado que pueda unificar o “normalizar” las propuestas estéticas. De esta manera el festival puede ser leído desde cada espectáculo particular así como a partir de “líneas curatoriales”, es decir, desde la reconstrucción de la sucesión de artistas que se han ido invitando a lo largo de las ocho ediciones. Esto aporta no sólo a la yuxtaposición de obras variadas, sino que también promueve vínculos entre las ediciones a partir de la conformación de una verdadera “red de artistas” que el espectador puede seguir. A su vez, el formato de grupos permite un ejercicio de comparatismo que pone a las poéticas a dialogar a partir de la contigüidad. Ver tres obras de manera casi continuada implica trazar líneas de continuidad y de quiebre. El festival es acompañado por talleres gratuitos dados por artistas vinculados al festival en ediciones pasadas. El Porvenir trabaja desde una búsqueda abarcativa, no sólo pensando en el acontecimiento artístico sino también en el estímulo para nuevas producciones. En cuanto al conjunto de obras aparece un elemento muy importante a su vez en la exploración de los formatos y las disciplinas.

El festival comenzó con el Grupo A (realizado del martes 2/8 al domingo 7), integrado por Marcio Barceló, Candela García Sciaroni y Camila Zapata Gallagher. En Pétalos de Carolina (en concierto), Barceló nos invita al universo de Carolina Leiva, una cantante. A través del formato de recital íntimo que roza con el show de divas, de la fuerte ambientación y reorganización espacial de la sala, del trabajo con una banda ajustada y contundente, así como del carisma del cantante masculino que interpreta Carolina, se narran los procesos de cambio subjetivo que ella vive tras un viaje reciente por el Mar Egeo y confuso episodio policial. En La cara empapada (y adentro hay silencio), de García Sciaroni, dos jóvenes se han reencontrado después de algún tiempo en Las Toninas y se están despidiendo bajo la lluvia y el frío. A través de una serie de procedimientos que ponen el énfasis sobre el juego simbólico producido entre la tormenta exterior y la interior, se narra una historia de amor imposible marcada por el silencio y por la soledad. Una última revelación pone en duda si el pasado trágico es un recuerdo o una amarga realidad. Finalmente, en Después de todo, Camila Zapata Gallagher nos muestra un relato marcado por lo generacional. Se trata del relato de una pareja “en tiempos del kirchnerismo”, cómo se conocen y luego se distancian en un lapso de 10 años. De esta manera aparece la imagen de una época que termina dando lugar a otra. La fragmentación de las escenas actuadas por Pablo Ragoni y Sofía Brihet se complementa con el trabajo “de mesa” y con proyecciones realizado por Esteban Dipaola y la propia Zapata Gallagher. Así, se construye una suerte de anti-relato del yo que reflexiona sobre los vínculos entre política, sociedad y amor.

En el Grupo B (del 9/8 al 14/8) encontramos a Sergio Mayorquín, Florencia Salto y Candelaria Sesín. En Voz, Mayorquín coloca en escena a un trío de actores que construyen un relato a mitad de camino entre la infancia, asociada con lo íntimo, y el vínculo con los otros. El mundo deviene entonces en el encuentro de voces funcionando como una, a la manera de una batería, donde se piensa a un conjunto de instrumentos como uno solo. La ejecución musical de dicho instrumento por Ariel Invernizzi y el trabajo actoral construye un juego de interacciones complejo, trabajando al únisono y desarrollando una música del habla, que aparece como ritmo, como fluir, como cruce de subjetividades y de mundos. En Del silencio de las cosas, de Salto nos presenta a tres mujeres. Una está sumergida en agua, otra sobre una mesa con tierra y una tercera sentada en un sillón con arena. Entre las tres narran un relato de fuertes reminiscencias carverianas en el que un grupo de jóvenes que van a hacer un asado al río encuentran a una mujer muerta atada con hilo. Mientras ellas van atando los objetos de la escena, relatan la indeferencia de los jóvenes que deciden esperar para avisar a la policía y así no arruinar su viaje. La violencia de género no aparece en este caso como acto sino como mero abandono, como pura indiferencia hacia el otro. En Icho Cruz, de Sesín, dos primos se encuentran a hacer un asado en un terreno que pertenece a la abuela de ambos. Ella se niega a darle acceso a la familia a la vieja casa, pero eso no ha detenido a los integrantes de la misma para tomar cosas de adentro. La melancólica noche de repente se baña de música de ópera que viene de la casa y los recuerdos empiezan a sucederse. La familia aparece como un secreto común, como algo que se comparte pero sin tener demasiado en claro qué es lo que une, que es lo que genera que sea verdaderamente una familia.

En el Grupo C (del 16/8 al 21/8) quedaron seleccionados Victoria Béhèran, Bárbara Pebé y Mariano Clemente. En Zuasnabar, el náufrago de las pampas, Béhèran construye el relato metafísico de un granjero que queda varado con su tractor en medio del campo. Mientras espera una asistencia que parece tardar cada vez más, una presencia le acompaña y espía. El límite entre el “adentro” y el “afuera” del relato -marcado escénicamente por sembrados-, se torna cada vez más ambiguo a medida que avanza, con personajes que repentinamente parecen tomar consciencia de estar involucrados en un espectáculo teatral. El trabajo de Eduardo Pavelic y de Juan Gabriel Miño construye un espacio donde nada parece ocurrir, pero donde la tensión no deja de acumularse. En Algo semejante, Pebé construye un dispositivo actoral que recuerda a los célebres tríos de danza de Yvonne Rainer. En este caso, se toman una serie de acciones cotidianas que se van repitiendo en unísono o en sucesión y que evidencian en cada acto la corporalidad particular de cada uno de los intérpretes. La sucesiones van mostrando esos movimientos de acuerdo a un nivel de extrañeza cada vez mayor, con distintos materiales musicales, incluyendo la música de los propios cuerpos en acción. El cuerpo deviene entonces en zona de comparación, pero también de competencia. Finalmente, Clemente propone en Built to last – Construido para durar Una obra que sucede adentro de una computadora (sic) un juego particular: imaginar al hardware de una computadora obsoleta como una serie de personajes con características psicológicas basadas en sus funciones básicas. De esta manera, coloca a siete actrices a representar la memoria ram, el disco duro, el cooler, etc. Las dificultades para sobreponerse a la obsolescencia se ven atravesadas por las fallas de funcionamiento y las dificultades para trabajar juntas, en un ejercicio de verdadera polifonía teatral. A esto se suma un relato al estilo creepy-pasta -historias de terror provenientes del internet que suelen contar casos extraños de objetos perdidos, sean aparatos electrónicos, videojuegos o incluso episodios de series- sobre una máquina llamada justamente Built to Last.

En el Grupo D (del 23/8 al 28) encontramos a Sonia Isola, Lucas Sánchez y Franco Calluso. En C.O.S.T.I.L.L.A., Isola construye una mirada crítica sobre la mujer y su cuerpo. La amabilidad social inicial de las dos mujeres tomando té oculta lo que ocurre por dentro. Cuando ambas se quitan sus tapados, se revelan dos cuerpos atados, lo que construye un trabajo coreográfico que se basa en la repetición y el corrimiento del centro de gravedad de las intérpretes, poniendo dos cuerpos desnaturalizados ante la vista. Así, la repetición de consejos de comida o de maquillaje devienen en parte de un proceso ortopédico constante que implica autodeformarse para la mujer. Una vez liberadas, ellas forcejean y lo sexual deserotizado se manifiesta plenamente como un acto de violencia. El espectáculo conforma una exteriorización expresionista de la normalización social del cuerpo. Sánchez propone en Amoroso & Salvaje una mirada sobre la vida cotidiana de dos hermanos y su tía. Su existencia periférica está marcada por un aire de inocencia que se va dispersando a medida que la trama avanza. Así, vemos que los intereses están puestos siempre en lo otro (la ropa, el shopping, el status social), dejando al mismo tiempo entrever una historia de amor inesperada marcada por el silencio y la prohibición social. El trabajo sobre el lenguaje y sobre los imaginarios le otorga una profundidad peculiar a un relato pequeño pero sumamente cuidado. Por último, en Proyecto B21: Ópera Antártica, Calluso juega con la imagen de un músico que recibe una beca para componer una ópera en la Antártida y se instala en una cabaña a pesar de las resistencias de su madre, para quien graba todo. Allí encuentra a una foca que canta y comienzan a fascinarse mutuamente sin saber bien por qué. La desconexión en lo verbal (no pueden entenderse desde el habla) se ve compensada por un vínculo desde la música. De esta manera, la foca (interpretada por una hipnótica Rosalba Menna metida dentro de un disfraz muy peculiar) y el científico (el músico Manuel Embalse) comienzan a convivir. La obra explora los misterios del otro, la incapacidad de entenderse desde miradas ajenas -tanto entre humanos como entre animales. La única posibilidad de conocer lo extraño es lanzándose a su encuentro de manera desinteresada y observando su devenir.

A la labor de estimular la creación artística, El Porvenir también incorpora desde hace algunas ediciones la realización de talleres gratuitos dictados por artistas que intervinieron en ediciones anteriores. En la octava edición se realizaron los talleres “Experiencias Escénicas (para un proceso colectivo)”, coordinado por Fiorella De Giácomi y Laureano Lozano, y “Teatro Objeto Inútil”, dictado por Agustina Gurevich y Sagrado Sebakis. En el primer taller se configuraba “un laboratorio con un enfoque práctico en donde los participantes pueden comprender desde el cuerpo y la prueba las posibilidades y complejidades que existen, a la hora de encarar un proyecto, en los distintos procesos creativos”. El segundo taller proponía una exploración sobre la escritura y las diversas nociones de teatro: “Partiendo de algo tan simple como los objetos inútiles en nuestras vidas y a nuestro alrededor, indagaremos de forma práctica sobre distintos enfoques para producir teatro”. A su vez, el festival incluye un Proyecto de Cruce, que propone reunir a dos participantes de ediciones anteriores, en esta edición se trata de Mariela Finkelstein y Bárbara Molinari, para realizar una investigación financiada por Efímero y Marte (Matienzo Artes Escénicas). El proyecto consistirá en la organización de una jornada de encuentro con todas las participantes femeninas de las ocho ediciones del festival para indagar acerca de cómo se piensa el rol de la mujer en la dirección teatral actual, así como examinar de qué modo se han perfilado en este sentido las diversas ediciones de El Porvenir hasta la fecha.

El Porvenir no se trata simplemente de un espacio de producción, funciona como un verdadero ámbito de estímulo e intercambio, un escenario donde se construye la posibilidad de mostrar ante nuevos públicos la heterogénea pero potente labor de numerosos artistas que están construyendo sus propios caminos y procesos. El Porvenir es un festival que explora, que conecta, que construye redes de lo nuevo pero siempre desde una mirada colocada en la cultural como acontecimiento popular. Impulsar el teatro es impulsar formas de encontrar con lo otro y con los otros. Por eso, y por su labor sostenida a lo largo de ocho ediciones, El Porvernir es ya sin duda todo un clásico del teatro porteño de postdictadura.