Por Jimena Cecilia Trombetta // Co-coordinadora del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas
Benito de la Boca, el musical con dramaturgia de Juan Dasso y dirección de Lizzie Waisse narra la vida de este famoso pintor de comienzos de 1900. En una estructura épica que en algún punto emula el camino del héroe, conocemos a Quinquela Martín (Roberto Peloni) desde su infancia, su juventud, sus primeros trabajos como carbonero, sus sueños, sus primeros viajes, su conexión con el campo artístico y su maestro, sus vínculos tensos con el mundillo snob y burgués de la crítica de arte, su encuentro con Alfonsina Storni, que lo conecta con una par trabajadora (recordemos que la poeta trabajaba en una fábrica en sus comienzos). La obra enlaza en definitiva con el mundo interior de Quinquela y lo hace mediante el uso de un relator, el mismísimo Juan de Dios Filiberto (Rodrigo Pedreira) que tiene la capacidad de ir y venir en el tiempo. Este viaje lo forma a partir de la reflexión sobre su rol y la mecánica que emprende el musical para concretar el relato. Así dice: “Somos pasado. Sólo nos queda ser actuados. Fuimos vida, luego fuimos sombra -yo mismo fallecí hace casi sesenta años- y ahora, estimado público, lo que reclamamos es color.” Viajar, con su espíritu y su personalidad tanguera hasta la época del pintor, en tanto que fue su amigo, y volver al presente para relatarnos la vida, las preocupaciones, los obstáculos, es su rol en escena. A ese narrador lo acompañan una serie de actores de la época con la misma capacidad atemporal que representan a las amistades, familiares, colegas y enemigos de Quinquela, mediante bailes y canciones, que ajustan y enriquecen el género musical en que se inscribe la obra. Estos actores combinan para representar a los agentes sociales que circulaban en la época como si fuesen emblemas de los diversos papeles “Monjas, bomberos, suspirantes, marineros, prostitutas, inmigrantes. Somos fantasmas del barrio del pasado, como retratos destartalados”, dirán cantando para presentarse con música de Gustavo Mozzi. En ese ir y venir del relato dos figuras cobran importancia: la guía turística (Belén Pasqualini), que encarna el conocimiento biográfico y el análisis de la época; y Fiel Destino, una figura que encarna un mascarón de proa, vehículo de la fantasía del pintor y guía, en la obra, de su destino.
Lo que sucede es que la obra Benito de la Boca, se propone entretejer el presente teatral y a lxs espectadores en la historia personal, pero también pictórica de Quinquela. Para esto es necesario incorporar a esos emblemas históricos, a la boca de los estibadores, a la propia invención del pintor, mediante elementos creativos que él incorporaba a sus cuadros aún sin existencia previa en los paisajes boquenses de su época. También es necesario detener el tiempo variopinto del relato y enfocar la atención en las paredes recuperadas del Teatro La Ribera, que albergan las obras de Quinquela Martín. Nos referimos a Procesión náutica, Día del Trabajo, Tango de la Ribera, Arrancando, Día de fiesta, Crepúsculo y Rincón de La Boca. En definitiva la obra se enmarca en la vida de Quinquela y por extensión y añadidura brinda una puesta en valor de la cultura boquense y de las instituciones artísticas que acompañan ese relato.