Las cosas/ las ideas: La criatura aprende a hablar

Por Facundo Beret // Integrante del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas

En Espacio Kowalski, una sala teatral porteña ambientada en una vieja casona del barrio porteño del Abasto, podemos adentrarnos en una ceremonia que combina integralmente música, teatro y poesía, de la mano de Natalia Olabe, Mariana Salinas e Ileana Peralta, con texto y dirección de Gabriel Yeannoteguy. La criatura aprende a hablar es un concierto para voz hablada y cantada que parte de un prólogo en que afirma la existencia de un vacío, un desierto donde no hay nadie. Capítulo aparte merecería la reflexión de si la nada o el desierto acaso son en sí mismos, dado que el gesto es claro. Busca construir una analogía que por ausencia del referente en cuestión resulta metafórica. El texto insiste en esto: hay metáforas (las cosas/las ideas, nene/nena, y otras más, naturalmente deducibles). A través de ellas nombramos, es decir, construimos sentido y, por lo tanto, mundo.  ¿De qué otra forma, sino a través del lenguaje, lo haríamos?

Dice uno de los mayores mitos de la creación que primero fue el Verbo. Parte de la filosofía del lenguaje y de la pragmática aplicada a los estudios lingüísticos reafirman: decir es hacer. Las palabras son producciones de sonidos articulados en estímulos nerviosos, decía Friedrich Nietzsche en su conferencia de 1873, Sobre verdad y Mentira en Sentido extramoral, acercándose quizás al quid de la cuestión. Un texto para ser escuchado es, en efecto, un conjunto de sonidos que se articulan en palabras que conforman frases y esa es tal vez la mayor virtud  a que se presta sensorialmente esta experiencia poético-teatral-musical.

Lo simbólico entra en relación con las redes en las que individuo, mundo y lenguaje en sí se pueden percibir, reflexionar y comunicar a otro. Lo hacemos indefectiblemente en forma de pensamientos que se traducen en palabras. Olvido mediante, claro, porque el lenguaje establece recortes arbitrarios en función de las analogías que busca establecer. Dividimos las cosas en géneros, decimos que el árbol es masculino y la planta es femenina, pero no pareciera haber una razón concreta por la cual el lenguaje establezca que sea de esa manera y no de otra. Sin embargo, nos empeñamos en buscar verdad en el lenguaje. Creemos ciegamente en él. Pensamos que en él están las razones últimas del estar en el mundo. Le damos a la ciencia, forma por antonomasia de relación entre lenguaje y mundo, un valor de certeza tal que constituye el punto de apoyo arquimediano con el que movemos nuestra existencia. Horas de nuestras vidas dedicadas a utilizar la palabra correcta, precisa, exacta para decir de manera correcta, precisa y exacta aquello que queremos comunicar. El secreto es que tal vez no haya nada que comunicar. "Contemos una historia / Tiremos unos tiros" proponen las performers al comienzo del concierto.  El carácter lúdico del texto pareciera estar apoyado en el mismo principio de arbitrariedad con que se rige nuestro aparato simbólico. 

Así, en La criatura aprende a hablar, la forma deviene contenido. El campo propositivo de procedimientos apunta, justamente, a retirar la razón, a construir múltiples significados, a develar que no es posible un sentido unívoco, a excitar el cuerpo desde la estimulación de los sentidos. Por eso, no podría tener otro soporte que el del texto poético, polisémico por naturaleza. 

Tres intérpretes singularísimas que nos recuerdan un poco a las Chordettes, vestidas de rojo, paradas y sentadas alternativamente frente a tres atriles, le ponen cuerpo a esta experiencia de casi 50 minutos, donde ritmo y sustancia nos muestran una vez más que la voz hablada es un instrumento, que el lenguaje es inconmensurable y que la belleza puede, o mejor dicho, debe ser arbitraria y lúdica.