Por Jimena Cecilia Trombetta // Co-coordinadora del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Escénicas
Quítame la respiración de Carla Scatarelli pudo verse en la terraza del teatro El Picadero. La puesta sitúa al público en el mismo espacio dramático que propone: lo que iba a ser una fiesta al aire libre, frente a suicidio de Julieta, termina siendo un velatorio. La muerte marca como primera medida ese espacio merecido al humor negro y al realismo sucio.
El texto dramático de Scatarelli nace como comedia negra que entrelaza por momentos elementos biodramáticos, que solo abriendo el diálogo con su creadora pude develar. La muerte rauda e inesperada es lo que guía el título y toda la charla de estas cuatro amigas y tres actrices (Carla Scatarelli, María Figueras y Florencia Limonoff). Estas damas de honor frustradas, en vez de festejar, comienzan un duelo cargado de confesiones y excesos. A ellas las construye en contradicción sus vestidos rojos, sus tacos, maquillaje, peinado, mesa dulce y una alta torta de bodas. Todos signos que serán lentamente socavados por la situación, el stress, el exceso de alcohol, de consumo y la imperiosa necesidad de evocar la presencia de la reciente difunta.
No existe en la puesta una postura moralizante alrededor del suicidio, sino más bien, se muestra una perspectiva de espacio vacío y culpa con el que carga el sobreviviente. Bajo este panorama, son las preguntas a esas respuestas esperadas, las que habilitan introducir la voz y la presencia fantasmagórica de aquella que decidió irse, sin dejar mayores explicaciones que tampoco termina de develar en su breve pasaje por su velorio.
La puesta deja picando frases que hacen aún más difícil resolver el misterio: tuvo “una madre de mierda”, todas tuvieron “motivos para suicidarse”, nadie creía que una de ellas iba a salir adelante; son algunas de las razones poco consistentes para justificar lo atroz. En ese diálogo donde la ironía y las espinas abundan, como dijimos también se excede en el alcohol, ingesta de comida, exceso de maquillaje borroneado por el llanto. No menos aportan las actuaciones descomunales de las tres presentes que se encargan de llevar las miserias a sus cuerpos hasta convertirlos en reacciones histriónicas, abyectas y viscerales. Sin ninguna duda queda un sabor intermedio y algo de vértigo al finalizar la función, donde los cuerpos de lxs espectadores quedan afectados por ese tránsito entre la fiesta y la muerte en tan corto tiempo.