Teatro-Memoria y Subjetividad

Por Diana Battaglia //Área de Investigaciones sobre las Mujeres en las Artes del Espectáculo

Cristina Escofet profesora de filosofía, poeta y dramaturga  es, desde hace años,  una de las voces femeninas con más resonancia en temas de género. Cada una de sus obras (este año deslumbró con Yo, Encarnación Ezcurra en el Teatro del Pueblo) constituye una experiencia inolvidable para sus expectadores. Reseña Teatro-Memoria y Subjetividad. Autora: Cristina Escofet. Editorial Nueva Generación. Buenos Aires. 2015. 332 páginas

El libro que hoy reseñamos se nos ofrece en una cuidada edición de la Editorial Nueva Generación. Su contenido: seis piezas dramáticas, un prólogo de la propia Escofet y un interesante y erudito estudio de Lola Proaño. 

El subtítulo: Memoria y subjetividad nos adelanta dos cuestiones  muy caras al imaginario y las preocupaciones de la autora: por un lado enriquecer la memoria poniendo sobre  escena lo acallado, lo  no dicho por la historiografía  dando, de este modo,  protagonismo en sus obras a figuras dejadas de lado; Mugres de la María y el Negro, La roca y Ay La Patrie y, por el otro,  rescatando  desde una visión íntima y despojada  a figuras del pasado: Eva Perón en Bastarda sin nombre, Camila O´Gorman en Ay Camila y Carlos Mujica en Padre Carlos “El rey pescador"

 Su teatro se  inserta así en una temática y una cuestión que ha sido objeto de estudio al calor de la intensa producción de la nueva novela y teatro histórico de los últimos treinta años. La reescritura y revisión del pasado constituiría, tal como manifiesta uno de los personajes de Ay la Patrie  “una posdata infinita”. En efecto, una y otra vez, el artista, ser resiliente por antonomasia  (según palabras de la autora) vuelve  a él para dejar al desnudo sus falencias, para rescatar una identidad perdida o para iluminar hechos y figuras injustamente dejadas de lado por la historia oficial. 

  Coincidimos con Mauricio Kartum en el concepto de que  “la historia es una fuente formidable de material dramático, si se dejan de lado las rutinarias versiones oficiales. Tiene metáforas, paradojas y conflictos, que son el motor del drama. También, héroes, que abundan y traidores, que sobran. Es el paraíso de cualquier autor. La distancia temporal, además, permite jugar con el lenguaje con una libertad literaria extrema. Así entendida, la historia es poesía pura" Nada como los textos de este  libro para confirmarlo.

Tratándose de una autora como Escofet quien ha declarado sin ambages: “Mientras el mundo insista en su patriarcalismo caníbal, insistiré en seguir siendo feminista” es obvio que su vuelta al pasado tenga, en la mayoría de los casos,  un objetivo: dilucidar el rol de la mujer en  hechos relevantes  de ese tiempo pretérito, habida cuenta de la falta de visibilidad que el género ha tenido en la historia oficial.  Según sus propias palabras  una de sus motivaciones es  hacer visible lo invisible. Su posición con respecto a este tema es bien conocida y ha quedado explicitada  tanto en su libro Arquetipos, modelos para desarmar como en el prólogo de esta edición. De lectura insoslayable. En ambos  Escofet, otra vez, expone generosamente sus ideas y nos permite confirmar algo que ha sido una constante en toda su producción: la coherencia innegable que existe entre su teoría y la praxis de sus textos1 coherencia que se percibe tanto en su posición frente a los hechos o figuras históricas como en el  tratamiento de los perfiles   femeninos que  pueblan generosamente su teatro. Recordamos sus palabras: “el teatro me resultó una trinchera” 

El teatro  es,  por definición,  “el encuentro de personas en un centro territorial en donde se produce, en mágica  coincidencia, la relación de actor/espectador en un punto del espacio y del tiempo que se semiotizan dando lugar a un orden otro. Un espacio alternativo  que  funciona como espejo de la realidad de la que, sin embargo debe separarse para poder ser”. Esto lo sabe muy bien nuestra autora cuyas obras se representan habitualmente en lugares íntimos, acotados, que  coadyuvan a  que  el “convivio” adquiera relevancia,  cercanía y un compromiso emocional que se siente  a flor de piel.

Vayamos a un ejemplo: en 2008 se dio  en el Teatro de la Ranchería de la Manzana de las Luces la obra Ay La Patrie.  La concepción del  espacio escénico   se amplificaba a e invadía toda la sala. La escenografía (concebida por Luisa Giambroni) mostraba  cabezas cortadas de maniquíes de color oscuro, metonimia perfecta de los crímenes cometidos sobre los cuerpos guillotinados  durante los hechos por todos conocidos de la revolución francesa pero, a medida que los tiempos cambiaban seguían teniendo vigencia pues aludían a los desaparecidos y torturados o sea funcionaban como testigos impávidos de una violencia que   se extiende  hasta nuestros días (pensemos en las decapitaciones de ISIS). Esas cabezas esparcidas por doquier y otros elementos mínimos ( un paraguas, sombreros, mantillas) que las actrices iban  utilizando para sus cambios de personajes lograban crear  climas que, por su proximidad  y su contundencia involucraban hasta física y anímicamente al espectador. 

En el programa de mano podían leerse estas palabras de la autora: “Sinfín histórico en siete cuadros desde el siglo XVIII a la actualidad”  Recuerdo que realicé un trabajo sobre esa representación. En él decía que el término sinfín remite  inexorablemente, a la metáfora de la Cinta de Moebius, en la cual se borra toda distinción entre lo interno y lo externo, lo privado y lo público, lo oculto y lo conocido por el mundo. Creo poder afirmar, sin duda, que este principio puede ser aplicado a la gran mayoría de sus obras.  Por lo menos a las que se exhiben en el texto que hoy presentamos. 

En efecto en todas ellas  se pone en juego un clima que oscila entre lo onírico y la realidad histórica. Un  “distanciamiento” que se concreta poniendo en juego una serie de recursos que  permiten  que interactúen y entren en fricción  la memoria reciente con la memoria remota. La poética de Escofet concibe la creación como ruptura de lo fijado, de lo inmutable proponiéndole al espectador  líneas de fuga, posibilidades de entradas y salidas múltiples del texto transformando la obra en una serie  de “momentos momentáneos”. La dinámica teatral y argumental es concebida por Cristina como “saltos al vacío, hacia lo desconocido para establecer coordenadas que nos saquen del letargo de lo cotidiano”. En suma: un  teatro que funciona como  recreación a la vez destructiva y creadora y que surge de una toma de conciencia crítica frente a los hechos de la Historia.  

Esta actitud  subversiva se hace presente, principalmente,  con el uso de la parodia y la ironía. El teatro de Escofet nos lleva por los vericuetos de la historia de una manera vertiginosa con sucesión de escenas en las que los personajes se metamorfosean en distintos roles y nos conducen a  distintas épocas. A manera de ejemplo: María, la negra es ella y es, a la vez “la cautiva, la chinita, la paisana, la gringa la judía, la polaca, la franchuta”. Las protagonistas de La roca mutan y reviven en el dolor de las mujeres lapidadas, en la desesperación de las condenadas a  la hoguera, en la resignación y la rabia de las guerrilleras mutiladas. En Ay la patrie,  sus heroínas recorren los senderos de la historia en un derrotero que arranca en la Revolución francesa y recala en Bs. AS.   Distintas marcas y tiempos que se entreveran para hablar de diferentes formas de vasallaje y sumisión. También de la inmutabilidad de la injusticia y del coraje para enfrentarla. El lenguaje, riquísimo (creo que Escofet es maestra en esto) también viaja y nos conduce por estos derroteros imaginarios. Y aquí se impone una idea que, a mi entender, se da en esta autora como no conozco se dé en ningún otro autor:  la implementación   de un riquísimo discurso transgresor que incluye, entre otras cosas, la ruptura radical con el “bien decir”  canonizado para el lenguaje femenino, (en esto que hoy es corriente Escofet fue pionera)  la inscripción, en toda su magnitud, del “cuerpo de la mujer” dentro de ese mismo discurso y el uso intensivo de una “ intertextualidad marcada”  que incluye  la utilización de elementos culturalmente aceptados y asumidos (discurso ritual, modismos, frases hechas, refranes. voces del lunfardo, neologismos) cuyos significados son radicalmente suprimidos o cambiados al ser reutilizados  dentro de un  marco contextual y epocal diferente. Toda la obra se estructura sobre esta tarea de profanación y desmitificación discursiva en la cual se hace patente la doble referencialidad a la que es sometido el signo lingüístico que constantemente alude al sistema al cual pertenece y bruscamente debe adecuarse para poder participar dentro de  otro sistema de significación actualizada, sistema  que, en general, lo señala, lo marca  como “la palabra del otro” de la cual se distancia mediante la ironía o el rechazo.  Debo decir que pocas veces, me atrevo a decir nunca, he encontrado un teatro tan rico y expresivo en este sentido  como el de Escofet.

Otro elemento importantísimo es el uso reiterado del monólogo presente en Ay Camila,  Padre CarlosBastarda sin nombre.  Esta recurso (forma narcisista   por excelencia) es la  modalidad discursiva más notable de la subjetividad, que busca siempre la complicidad del espectador y encierra las voces de los otros que se hacen presentes a través de ese intérprete  único y excluyente. Así, mediante estos valiosos recursos del lenguaje y la  técnica,  (que, como ya he dicho,  Escofet maneja a la perfección) en su teatro el  género, la política y la historia se articulan permanentemente mediante el diálogo entre el presente y el pasado. 

Para terminar: es muy auspicioso que estas obras estén, desde ahora, al alcance del público en esta cuidada y hermosa edición. Para los que tuvimos la oportunidad y la suerte de verlas en su espectacularidad será una manera de revivirlas. Para los demás, una vía de acceso y conocimiento hacia una obra de gran valor y originalidad.

Cedo las palabras finales a la propia autora que en su prólogo nos confiesa  que  concibe su teatro no “como una historia inmutable sino como una imagen fluyendo”. Y nos propone utilizar el pasado para  “desencallar, encaminarse, desviarse, hundirse, flotar”. La escritura, para Escofet,  es concebida como  el  llamado de una lógica alterada desde donde se convoca el tiempo del no tiempo, el orden del caos. Y así en cada parte de sus obras se cuenta la historia que es, en sí,  inacabada, porque es infinita.