La historia del cine construye su objeto de estudio en derredor de la producción de películas y el análisis de sus significaciones y sentidos, a la vez que jerarquizó las indagaciones acerca de su triple estatuto: obra de arte, patrimonio cultural y mercancía. Sin embargo, para los públicos ir al cine es una experiencia social que va más allá de ver películas.
En el caso de Buenos Aires, durante las décadas de 1930, 1940 y 1950, tanto en el circuito del centro como en el de los barrios, los cines proponían situaciones de encuentro y de dis- tinción. Los públicos no acudían a las salas solamente a ver la modernización que emana- ba de las películas hollywoodenses o las marcas identitarias reconocibles en las películas nacionales, muchas veces la cita se vinculaba con la sala misma, con los lazos afectivos que allí progresaban, con la opción cercana de ocio o celebración.
Por otra parte, la expansión de las salas de cine en toda la ciudad y su transformación en “palacios cinematográficos” acompañaron los procesos de modernización de la capital en aquellos años. Ese entretenimiento popular por antonomasia era una experiencia que obligaba a desplazamientos espaciales de diferentes sectores sociales conformando nuevas subjetividades y prácticas culturales.
¿Qué ocurría en la sala de cine que no era estrictamente ver una película? ¿Cuánto más significó en la vida de lxs porteñxs de aquellos años ir al cine? ¿Cómo es recordada esa experiencia?
Esta instalación cuenta con materiales diversos que nos acercan a esa experiencia diná- mica y semipública que los públicos vivían en las salas de cine, a las marcas de las memorias cinematográficas de la ciudad, a las emociones como pensamientos corporizados, al erotismo y la sexualidad que también estaban presentes, ya sea por las interacciones con las historias de la pantalla o en la sala con los y las acompañantes.